Tuesday, May 5, 2009

Ensayo sobre la influenza o las Ciudades insufribles


El chilango es un ser cuya vida transita entre la queja y la resignación. Este proceso no sólo es un tema frecuente de su plática: la supervivencia de su especie depende de este mecanismo de adaptación que ya ha desarrollado de manera natural. El chilango se queja del tráfico, de los ríos de gente desbordándose, de los restaurantes en donde conseguir una mesa significa estar en una huelga de hambre documentada en listas de espera. Un día se quejó de que la avenida principal para llegar a su trabajo se redujo a un solo carril debido a las obras viales. Al día siguiente no tuvo más remedio que aceptarlo, se levantó una hora más temprano (otra más) y siguió conviviendo con las nuevas condiciones impuestas por el destino. ¿Estoicismo o conformismo? El chilango prefiere no hacer frente a la pregunta y decide seguir alimentándose de paradojas.


Italo Calvino pudo haber incluido dentro de sus Ciudades invisibles a esta urbe de fantasía : bellos palacios y oscuros barrios construidos sobre el gran lago, rodeado por volcanes de erupciones frecuentes; ciudad azotada por sismos, habitada por millones de almas, su cielo es gris durante el día , y por las noches la urbe es un inmenso océano de luces más intensas que cualquiera de las estrellas del firmamento, tanto que las ha dejado invisibles; sus calles las transitan miles de naves de hierro rugiendo como bestias en su lento andar…


Por si acaso tantas curiosidades en un solo sitio fueran poca cosa, ahora somos también una ciudad con altos potenciales pandémicos. Los últimos acontecimientos podrían estar escritos en alguna de las novelas de Saramago. Ensayo sobre la influenza quizá sería el título, con un comienzo como “Al día siguiente, nadie pudo salir a la calle en la Ciudad de México”. No puedo evitar recordar el libro del mismo escritor portugués, llamado Las intermitencias de la muerte en el que súbitamente la gente de un determinado país empieza a dejar de morir, generando una momentánea euforia que termina en desgracia al notar la otra cara de la moneda: la gente no muere, pero tampoco deja de envejecer.


Como en esa ciudad imaginada por Saramago, la Ciudad de México ha sido sorprendida por una circunstancia insólita. La amenaza de una enfermedad fácilmente contagiosa obliga a sus habitantes a no visitar lugares públicos y a evitar el contacto físico entre las personas. Las transitadas calles lucen vacías comparadas con su ritmo normal, los niños permanecen en sus casas. Muchos usan cubre bocas. Una cultura acostumbrada al contacto físico, a los saludos de besos, abrazos y palmadas en la espalda es sorprendida por una amenaza que prohíbe sus más cotidianas prácticas de cortesía. Todos estos matices pintan un panorama desolador, de no ser por el sentido del humor que todo mexicano genera en su inconsciente. Inventa visiones irónicas de la realidad como anticuerpos necesarios para pasar a la siguiente etapa evolutiva: la resignación.


Es en la resignación en donde el chilango particularmente encuentra los mecanismos necesarios para adaptarse a las dificultades de su medio. Aquí es cuando el gasto de energía generado en forma diaria para mantener su resignación llega a alcanzar dimensiones desmesuradas. Todos sabemos el esfuerzo que representa pararse cada vez más temprano y salir cada vez más tarde del trabajo para evitar el tráfico, llevar a cabo proyectos faraónicos para construir segundos pisos que tengan una vida útil de apenas un año y que no solucionen los problemas de fondo; y ahora, usar un cubre bocas que casi impide la respiración. ¿Qué pasaría si un buen día el chilango decidiera usar toda esa energía, tiempo y dinero para arreglar sus problemas de raíz?


Como habitantes de esta ciudad, ¿seremos capaces en algún momento de hartarnos de la resignación y empezar realmente a solucionar algunas de nuestras adversidades en el lugar en donde se originan?


En el caso de la influenza, es de todos conocido que el primer foco infeccioso no ocurrió en la capital, sin embargo sabemos del potencial de contagio que tiene un sitio habitado por más de veinte millones de habitantes en condiciones de salubridad que no se acercan a lo deseable. En declaraciones recientes, el pequeño Calderón proclamó que México ha "salvado a la humanidad" con las medidas que tomó contra la enfermedad. El presidente me recuerda al tipo de mexicanos que debemos evitar ser: no sólo aquéllos que se mueven entre la queja y la resignación; sino también los que viven de la autocompasión y de los mediocres heroísmos. En vez de semejantes proclamas, ¿ no es más urgente saber por qué esto ha ocurrido en México ?, ¿ qué condiciones han favorecido la mutación del virus y qué prácticas en la industria y en la vida diaria deben modificarse ? La pregunta presume vida eterna en el país donde la verdad nunca se sabe.


Hoy es este el problema, pero, ¿qué podemos decir sobre el agotamiento del agua? Un problema que no está a la vuelta de la esquina, sino que ya está tocando a nuestra puerta.


Los mexicas encontraron desierta a la mítica Teotihuacán; a los conquistadores españoles les ocurrió lo mismo al llegar a las ciudades mayas. Hoy conocemos la probabilidad de que en algún momento de su historia los habitantes de aquellos sitios hayan abandonado sus grandes palacios ante la escasez de los recursos y de las condiciones necesarias para vivir. ¿ Hacia dónde habrán ido? ¿ Hacia dónde iremos los condenados a repetir nuestra historia ?