Friday, June 18, 2010

Del Mito a la Historia




En una de sus célebres conferencias impartidas en 1977, Jorge Luis Borges, al hablar sobre la verdad histórica de Buddha, recordaba una discusión que tuvo con amigo suyo que era budista zen. El escritor argentino le preguntaba ¿ por qué no creer en el príncipe Siddharta, que nació en Kapilayastu quinientos años antes de la era cristiana ? A lo que el budista respondió “Porque no tiene ninguna importancia; lo importante es creer en la Doctrina”, agregando después que “creer en la existencia histórica del Buddha o interesarse en ella sería algo así como confundir el estudio de las matemáticas con la biografía de Pitágoras o Newton”

Una respuesta como ésta bien podría utilizarse en referencia al mensaje transmitido por los mitos. A pesar de los grandes esfuerzos por parte de los defensores del simbolismo, el mundo contemporáneo ha reducido el mito a sinónimo de mentira. Al hacer esto, ¿ no habrá pasado por alto el mensaje contenido en aquellas narraciones al negar la posibilidad textual o histórica de los hechos que se relatan? Sin embargo, a pesar de que ha predominado el pensamiento directo en nuestras sociedades, resulta interesante observar cómo los mitos han logrado sobrevivir gracias al poder de su significación. A pesar de que nuestra Ciencia nos ha aproximado a una explicación sobre el origen del hombre, el mito del Génesis y otros mitos del origen presentes en todas las tradiciones no han perdido vigencia como representación de ese lejano momento en que el hombre se distinguió del resto de las especies. Incluso la Historia , la Ciencia y las ideologías del siglo XX han abrevado de los ríos del imaginario mítico.


Por ejemplo, como lo ha demostrado Georges Dumézil, el relato de la fundación de Roma transmitido por el historiador Tito Livio no es más que un mito sumamente arcaico. Esa “verdad histórica” que durante años fue enseñada en las escuelas europeas resulta más real como un símbolo de identidad que como un hecho concreto. Al ser comparado con todas las tradiciones de origen indoeuropeo desde la India hasta Irlanda, Dumézil explica cómo las situaciones en la narración , los atributos de los personajes y sus denominaciones filiológicas son los mismos que pueden rastrearse en los mitos germanos, escandinavos, celtas, indios y caucásicos. A partir de estas semejanzas, Dumézil descubre como elemento común en las ideologías de origen indoeuropeo el hecho de que tanto el mundo como la sociedad subsisten gracias a la colaboración armoniosa de tres funciones : la soberanía, la fuerza y la fecundidad. Cada una de estas fuerzas está representada por dioses, como en el caso de la tradición védica de la India, o por personajes legendarios, como es el caso de la Roma antigua.


Para la teología védica, Mitra y Varuna, creadores y organizadores del mundo, representan el nivel de la soberanía. En el caso de la segunda función, la representación recae en Indra, dios guerrero y conquistador. Finalmente, la fecundidad estará simbolizada en los gemelos Nasatya, donadores de salud, de juventud, de riqueza y de dicha. Para la Roma antigua, las mismas funciones fueron encarnadas en la personalidad de reyes: Rómulo, el semidiós creador de la ciudad que lo acompañan hachas, varas y ligaduras; Numa el sabio creador de leyes y de cultos; Tulo Hostilio, el jefe guerrero que a través de la milicia otorga el poder a Roma; y finalmente Anco Marcio, rey bajo el cual se desarrolla la riqueza comercial.


La teología védica reconocerá entonces estos elementos como parte de una tradición mítica, mientras que la Roma de Occidente les otorgó un carácter histórico. En estos elementos encontramos una diferencia de enfoque entre lo que llamamos Oriente y Occidente con respecto a la tradición, aspecto que para el segundo sin duda tendrá un eco en la interpretación histórica de los “hechos” relatados por la tradición judeocristiana . Negar la existencia histórica de los personajes bíblicos es derribar por completo a la teología del pueblo de Israel.


Así encontraremos que en la Antigüedad, como en el ejemplo védico, no había diferencia entre historia y mitología. Los personajes históricos seguían el ejemplo de los héroes y de los dioses presentes en el mito. Y es aquí donde encontramos parte de los males de nuestra sociedad actual, ya que como lo expresó Mircea Eliade, el hombre moderno “ descuidó una de las principales características del mito: la que consiste precisamente en crear modelos ejemplares para toda una sociedad” El mito, al ser narrado en un “tiempo otro” que está al margen del devenir histórico es siempre vigente en su contenido. Regresando a lo dicho por Eliade “ Siempre se es contemporáneo de un mito desde el momento en que se recita o se imitan los gestos de los personajes míticos ”En contraposición a esta actitud de vida, el hombre occidental moderno ( forjado en la tradición grecolatina por un lado, y judeocristiana por el otro ) decide estar solo y de cara a la Historia. Ha preferido dar la categoría de “verdadero” solo a aquello que puede demostrar dentro del pequeño espacio de tiempo que le ha tocado vivir. Es notable su interés desmesurado por la historiografía: el hombre actual es definido como ser histórico, condicionado a su tiempo. Ha sacrificado sus modelos míticos y los ha reemplazado por la búsqueda de un éxito individual y así, el Ulises de nuestros días navega en línea recta. Ha olvidado el regreso a Ítaca y se precipita hacia la nada.

Thursday, April 8, 2010

D.F.

Ciudad de México. Laboratorio de contradicciones en donde toda aspiración de mantener el orden termina siendo reducida a una esperanza de administrar el caos.

Monday, March 22, 2010

El génesis del símbolo




Pensemos en el nacimiento de un ser humano. En forma dramática su cuerpo es arrojado de un ambiente abundante en nutrientes y calor a otro en donde los nutrientes dejan de ser permanentes y el clima es variable. Su única posibilidad de supervivencia dependerá de ahora en adelante en la presencia de la madre o de otro ser humano que asuma esta función, iniciando una dependencia social. El nacimiento no es otra cosa que un cambio radical de universos. Del universo total que es el vientre materno, al universo hostil e ilimitado que es la realidad o “el mundo de afuera”. La madre deja de ser el cosmos para convertirse en otro individuo, proveedor de alimento y cariño, pero sobre todo es la imagen nostálgica de lo que fue. Para Freud, esa nostalgia del amor materno será el origen de todo el comportamiento humano a lo largo de la vida. El cambio de universos será la constante del hombre a partir de su nacimiento: de la residencia en el vientre materno a la infancia, de la niñez a la adolescencia, de la juventud a la madurez y a la vejez, y así hasta nuestra partida definitiva. Cada paso del hombre de una etapa a otra guardará una relación ineludible con ese primer paso que fue su alumbramiento.

Vayamos ahora al momento portentoso en el que una nueva y singular especie animal tuvo su origen. Imaginemos que el nacimiento al que nos referimos no es el de un individuo, sino el de la especie humana hace unos 50 millones de años. Los primeros pasos del homo sapiens sufrieron un proceso análogo al bebé del que hemos hablado. Por razones ampliamente estudiadas y debatidas, el hombre empieza a distinguirse del resto de las especies principalmente al tomar una postura diferente del resto de sus cohabitantes. El hombre que empieza a andar erguido se enfrenta a una realidad apabullante. Es el paso del equilibrado estado gobernado por los instintos al estado en que reconoce sus limitaciones y su finitud; es decir, es la llegada a un estado de conciencia de la realidad. Aparece la angustia como una respuesta al descubrimiento de un horizonte invadido por fenómenos que no pueden explicarse. En palabras de Blumemberg, la condición humana se encontrará sometida al “absolutismo de la realidad” El nacimiento de cada ser humano es una recreación de aquel gran nacimiento de nuestra especie. En el llanto de cada recién nacido está el angustioso eco de la humanidad entera de cara a una realidad que lo domina.

Como ya se ha mencionado, esta condición nueva del hombre primigenio en su ambiente está dada principalmente por una perspectiva insólita en el mundo animal generada por su postura erguida. Sin embargo, otro factor importante señalado por Blumemberg pudo ser no solamente el cambio anatómico, sino un radical cambio de medio ambiente. La migración de los grupos homínidos de la selva a la estepa pudo ser otro elemento dentro del rompecabezas que definió lo humano. Es el paso de un entorno lleno de abundancia, como lo es la selva ( semejante al vientre materno en nuestra analogía ) hacia un ámbito como la estepa en el que las capacidades de supervivencia son puestas a prueba. En esta circunstancia de cara a nuevas condiciones de vida por ser asumidas, dejando atrás la protección de la selva para, en un ambiente en el que las exigencias eran mayores, es necesaria la capacidad de prevención del peligro, la necesidad de anticiparse a lo que todavía no sucede y de imaginar aquello que no puede verse en el horizonte. En ese proceso el hombre toma conciencia de su finitud. Al tiempo que la visión del horizonte que ha dado su nueva postura vislumbra el firmamento de una forma distinta, también el hombre da lugar en sus pensamientos a la visión de un futuro inevitable, reconociendo a la muerte como un elemento inminente. Es un hecho que en semejante circunstancia la especie humana logró desarrollar un mecanismo de supervivencia, un elemento mediador para soportar esa situación de angustia. La permanencia del hombre dependió de la superación de semejante reto. En palabras de Roger Bartra, fue necesaria la aparición de una “prótesis cultural ( de manera principal el habla y el uso de símbolos) que, asociada al empleo de herramientas, permite la sobrevivencia en un mundo que se ha vuelto excesivamente hostil y difícil “

En otras palabras, de acuerdo con Bartra, el origen de lo humano está en una deficiencia ( ausente en otras especies ) que es compensada por funciones cerebrales de índole cultural. El sistema neuronal reconoce la deficiencia y depende entonces de un elemento externo a su organismo para poder seguir operando. Bajo esta visión, lo humano no puede entenderse analizando únicamente las funciones neuronales en forma puramente orgánica, sino deben analizarse los elementos externos que obligaron al cerebro a adoptar esa prótesis cultural ( ¿ artificial ? ) para restablecer el equilibrio del organismo. Estos elementos han sido los componentes de lo que Bartra llama el exocerebro humano. Siguiendo a Gilbert Durand, sus observaciones no son del todo distintas. El homo sapiens es un ser vivo inmerso y dependiente de la cultura. El desarrollo definitivo del cerebro se dará solamente mientras exista una educación cultural. Para Durand “ existe ciertamente una naturaleza humana, pero es potencial, sólo existe en hueco y sólo se actualiza a través de una cultura singular” Si aceptamos estas teorías, podemos intuir entonces que el origen de lo humano está en la angustia.


Como siempre, la comparación con otros habitantes de la tierra nos dará referencias. El asombro humano no se detiene ante lo que parece un milagro natural. El nacimiento de los animales que son distintos a nosotros siempre llamará nuestra atención como hechos tan diferentes al nacimiento de nuestros congéneres. Joseph Campbell en su notable obra Las máscaras de Dios nos remite a una imagen conocida ¿ Cómo no maravillarnos ante el nacimiento de una tortuga? La madre ha encontrado un sitio adecuado en la arena más allá de las mareas, cava un enorme agujero y deposita sus numerosos huevecillos, los cubre con arena y se retira para sumergirse en las profundidades del mar. Los huevecillos son abandonados, la madre ya está ausente. Pasan dieciocho días y de repente se produce el prodigio. Sin dudarlo un solo instante, al romper su cascarón esas pequeñas crías conocen el rumbo que les dará la supervivencia. Apenas han tocado el nuevo universo al que se enfrentan y cada una de ellas es capaz de emprender la primer gran aventura de la vida: el viaje hacia ese otro universo que es el océano. A diferencia de los humanos, en estos seres la duda está ausente y sólo existe la certeza. Sabemos que no ocurre así con nuestra especie. Desde nuestro nacimiento somos socialmente dependientes, nuestra supervivencia está en manos de lo exterior. El organismo humano por sí solo no cuenta con las capacidades para establecer contacto con el mundo con la seguridad que tiene esa pequeña tortuga.

Pero ¿ cómo pudo ser ese proceso de humanización a partir de la angustia hace millones de años ? ¿ cómo es que nuestra especie resolvió el problema de sus relaciones con la realidad ? En definitiva, como el neurólogo Kurt Goldstein lo menciona: “ la angustia ha de ser racionalizada siempre como miedo, tanto en la historia de la humanidad como en la del individuo” . Y siguiendo a Blumemberg , esto solamente ocurre “en virtud de una serie de artimañas, tales como, por ejemplo, la suposición de que hay algo familiar en lo inhóspito, de que hay explicaciones en lo inexplicable, nombres en lo innombrable” Esto en definitiva nos acerca a las formas elementales de la cultura humana: el lenguaje, el mito , la religión y el arte.


Pero no aceleremos el paso y volvamos a ese homo erectus quien, una vez erguido y enfrentado al horizonte de la estepa, vislumbra los peligros que conlleva su existencia. Desde el punto de vista neuronal, su masa encefálica ha aumentado de una forma notable con respecto a su antepasado el homo habilis: de una masa de aproximadamente entre 510 y 750 centímetros cúbicos a una masa de 850 y 1100 cc. Hoy sabemos que el homo sapiens moderno tiene una masa de entre 1200 y 1500 cc. La masa encefálica actual ha tardado unos seis millones de años en conformarse, desde aquellos australopitécidos que se diferenciaron del resto de los simios. Para algunos científicos como Michel Tomasello este periodo es demasiado corto para que una especie por sí sola logre semejante evolución, y, por lo tanto, es gracias al elemento social y cultural que este desarrollo fue alcanzado. Para otros como Stephen Jay Gould es un tiempo suficiente para que solamente a nivel biológico se haya conformado la psique humana. Ante esta disyuntiva y tomando en cuenta la hipótesis de Bartra, podemos pensar que hace aproximadamente un cuarto de millón de años un grupo de homínidos ubicados en África sufrió cambios en la estructura de su sistema nervioso central y otros cambios del aparato vocal que le permitiría articular palabras. Es entonces cuando dos hechos , uno de tipo interno y otro externo fueron determinantes. Primero, las mutaciones antes mencionadas afectaron las funciones de la corteza cerebral impactando funciones sensoriales que impidieron su adaptación al medio. En términos llanos, el instinto fue mitigado por esos cambios neuronales. Ahora bien, desde el punto de vista externo, tuvieron lugar grandes cambios climáticos y, como ya se ha mencionado, fue necesaria la migración de los grupos de homínidos en busca de condiciones ambientales apropiadas para la vida. ¿ Qué fue primero, el cambio neuronal o el cambio climático ? Si bien la respuesta no ha sido determinante, podemos estar seguros de que semejante situación provocó tal extrañeza y desorientación en ese grupo, que fueron incapaces de tener una relación con la realidad tan directa como el resto de las especies. Para sobrevivir a la desesperación derivada de semejante “ desconexión de mundo “, fue necesario que esos homínidos comenzaran a marcar los objetos, los espacios y las herramientas que había empezado ya a utilizar. Estas marcas le permitieron compensar el vacío. Estamos, sin lugar a dudas, ante el nacimiento del símbolo como mediador entre el hombre la realidad.

Tuesday, January 5, 2010

La imaginación simbólica o el paraíso recuperado.



El hombre ha inventado el poder de las cosas ausentes,

por lo que se volvió poderoso y miserable;

pero sólo por ellas es hombre.
Paul Valéry



La humanidad es conocedora de su destino inevitable desde que abrió los ojos por vez primera. Nuestra existencia ha estado marcada esencialmente por la conciencia del paso del tiempo y de sus efectos, en especial del más definitivo de ellos: la muerte. No es una exageración decir que en ese conocimiento primigenio de la muerte se encuentra el origen de lo humano, y de toda forma de cultura. Sobre nuestra fragilidad y finitud sabemos más que cualquier otra especie . Todos somos Hamlet, protagonizando la tragedia de la inteligencia en forma irremediable. La escena del Príncipe de Dinamarca que mira de frente a un cráneo es el retrato mismo de la condición humana.

La imagen del paraíso perdido también nos da fe de esta circunstancia vital. La expulsión del Edén es el mito que representa ese momento decisivo del hombre dando el paso desde la naturaleza hacia la cultura. El hombre desnudo, en algún momento de la historia humana se sabe distinto de los demás animales y es sorprendido por los ciclos del nacimiento y la muerte. Busca la ropa para cubrirse de esa desnudez que lo aterra, pudor que representa el enfrentamiento con sus límites. El mito de Adán y Eva y su expulsión del paraíso es la respuesta humana ante la trágica diferencia entre los hombres y el resto de los seres. El homo sapiens, “hombre capaz de conocer”, es el receptor del conocimiento que lo define: la certeza de que va a morir. Es ésta la única de las preguntas fundamentales a las que puede responder, desconociendo por otro lado su propósito en el Universo.

Es entonces este conocimiento primordial el que ha llevado al hombre al desarrollo de su pensamiento y a la acción creadora. Borges lo explica magistralmente a través de aquel relato fantástico titulado El Inmortal. En él se describe la llegada de un viajero a la Ciudad de los Inmortales. Al llegar se encuentra con sus habitantes, hombres reducidos a una condición de bestias que carecen del habla. La ciudad aparece como una urbe caótica y sin sentido, una ciudad “ tan horrible que su mera existencia y perduración contamina el pasado y el porvenir”. Uno de los habitantes de aquella ciudad intentaba sin éxito escribir algunos signos, que borraba en cuanto avanzaba en su escritura. La inmortalidad ha eliminado cualquier sentido en las acciones de esos seres, y ha eliminado también toda posibilidad de un lenguaje congruente. Su obra, una ciudad laberíntica, carece de toda estética y contamina el espíritu de quien la recorre. Borges nos lleva a la conclusión de que la muerte, por el contrario, da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último.

Pero, ¿ cuál es la respuesta del hombre frente a la extinción de la vida ?, ¿ cómo ha logrado su psique sobrevivir durante milenios con tan pesada carga ? Si la herida producida por el tiempo no puede sanar, ¿cómo sobrellevar el dolor humano ?

Las teorías desarrolladas por Gilbert Durand sobre el estudio de la imaginación simbólica pretenden explicar los elementos psicológicos que permitieron semejante supervivencia. La imaginación es descrita como una cualidad humana esencial, propia sólo de su especie, cuya función es equilibrar biológica, psíquica y sociológicamente al ser humano y su interacción con la realidad. La realidad supera las capacidades del intelecto humano, pues es imposible entenderla y captarla en su totalidad. Sin embargo, el hombre ha encontrado la manera de sintetizar el entorno para hacerlo más familiar e intentar reducir las fronteras de la extrañeza. Esta manera es la imaginación simbólica.

Siguiendo a Durand “la función de la imaginación es ante todo una función de eufemización, aunque no es un mero opio negativo, máscara con que la conciencia oculta el rostro horrendo de la muerte, sino, por el contrario, dinamismo prospectivo que, a través de todas las estructuras del proyecto imaginario, procura mejorar la situación del hombre en el mundo”

Eufemizar es en este caso la utilización de símbolos que permiten sustituir una visión directa de la realidad para atenuar sus efectos negativos en el equilibrio vital. Por mencionar un ejemplo sencillo, decir que la muerte es una forma de descanso permanente es una manera de eufemización que destruye el concepto oscuro que el final de la vida puede tener.

De esta forma, los símbolos creados por la imaginación aparecen en primera instancia como herramientas para restablecer el equilibrio, mismo que se pone en riesgo ante la idea de la muerte.

Como nos recuerda Durand, ya en los planteamientos del filósofo Henri Bergson aparecen argumentos en favor de la imaginación como elemento vial. La fabulación de símbolos, mitos y poesía son producto de este proceso. La fabulación es entonces una “reacción de la naturaleza contra el poder disolvente de la inteligencia” Y la imaginación es “ una reacción defensiva de la naturaleza contra la representación, por parte de la inteligencia, de la inevitablidad de la muerte” En esta definición, Bergson pone a la imaginación como un elemento instintivo y por lo tanto fundamental para adaptarse a la realidad.

En los albores de la humanidad, el desarrollo de la imaginación permitió la fabulación de símbolos, mitos y ritos para el sustento del mencionado equilibrio del mundo interior con respecto al entorno al cuál los seres humanos estaban sometidos. Sin embargo, ¿ siempre ha sido así ?, ¿ por qué percibimos que “lo imaginario “ es poco apreciado por un mundo que ha pretendido ser racional en los últimos siglos ? De la misma forma como el mito es frecuentemente asociado con la mentira, también encontramos que lo imaginario se considera como opuesto a lo real, degradando su valor e importancia. ¿ Cuál ha sido el resultado de esa devaluación del imaginario ? Basta con leer los periódicos del día para notarlo.

Pensemos por un momento en los entierros que se realizan en nuestro “civilizado” mundo contemporáneo para entender hasta dónde se ha desvanecido el simbolismo. La sepultura es un rito carente de significados más allá de los afectivos, es desgarradura total y terrible. El entierro ha dejado de ser el ritual en el que el hierofante o intermediario sagrado devuelve el cuerpo humano a la madre Tierra depositándolo en su vientre, cerrando el ciclo natural que se originó con el nacimiento. Ahora sólo nos ha quedado un ritual vacío en donde sólo el sonido de la tierra golpeando el féretro irrumpe con el silencio doloroso de los que se quedan. No vemos símbolos, sólo acciones de rutina a manos de hombres desconocidos que con palas y picos excavan, depositan, y entierran; para seguir así con el siguiente en turno. Cassirer y Jung advirtieron que la enfermedad mental se caracteriza por una pérdida de la función simbólica. ¿ Es éste el diagnóstico adecuado para nuestra sociedad contemporánea ?

La recuperación de la imaginación simbólica representa una tarea urgente. Es el retorno al jardín del Edén que el hombre ha inventado para sí mismo. En él puede pisar libre de temores la húmeda tierra y sumergirse en el pantano. Puede escuchar el estruendo del relámpago y observar el vertiginoso aleteo del colibrí. Puede enfrentar al tiempo y a la muerte, y sentarse a escuchar una sinfonía que crea su propio tiempo para hacer del instante un espacio eterno.